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Patio de la memoria poética en la II República
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Patio de la memoria poética en la II República
Entidades responsables y colaboradoras
Asociación Casa de la Memoria
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La España peregrina y la España silenciada
En uno de los patios de la Casa de la Memoria, en Jimena de la Frontera, habita la canción. Se lo espetó León Felipe, el poeta romero y boticario, al dictador: «Y, ¿cómo vas a recoger el trigoy a alimentar el fuego/si yo me llevo la canción?». La canción fue de boca en boca por la España peregrina, la transterrada, la que entonó el destierro no más cruzar la frontera francesa rumbo a los ateridos campos de refugiados: a pie la cruzaba don Antonio Machado, camino a Colliure, con su madre preguntando si llegarían pronto a Sevilla. Se le sumó Corpus Barga durante un trecho, y María Zambrano, con su hermana Araceli y su pareja, el gaditano Manuel Muñoz Martínez, que ignoraba que el destino le deparaba la tortura de la Gestapo en París y un pelotón en Burgos.
Muchas otras mujeres cruzaron ese mismo camino a no se sabía dónde: Rosa Chacel y sus estrecheces en Brasil; Concha Méndez con los dedos manchados de tinta compartida hasta pocos años después con Manuel Altolaguirre, Federica Montseny rumbo a París y Toulouse, cargada con los archivos clandestinos de la CNT; Victoria Kent, que se disfrazaría de hombre hasta descubrir su verdadero rostro amante entre los rascacielos neoyorquinos, donde ejerció la medicina el poeta algecireño Francisco Riera Kirpatrick. También, por mar, como María Teresa León, luminosa, junto a Rafael Alberti, rumbo a Chile, aunque desembarcaran en Buenos Aires para ser inmigrantes ilegales durante casi dos años. O en los camarotes del «Sinaia», en dirección al México cuyos brazos abrió el presidente Cárdenas: allí viajaban la escritora Luisa Carnés y su amante Juan Rejano, en el mismo barco que el aprendiz de poeta y filósofo Adolfo Sánchez Vázquez, que fuera amigo de su primer marido, Ramón Puyol. La misma estela fugitiva de Zenobia Camprubí y Juan Ramón Jiménez, el poeta puro que se preguntaba ante una fotografía de Adolfo Hitler: «¿Podrá este gorila, cerdo, tiburón, rejir en el mundo?». De Malibú a Londres, Luis Cernuda ya le había dicho adiós a los muchachos que nunca fueron compañeros de su vida.
No sólo hubo poetas en dicha epopeya: la prosa y el teatro de Max Aub dialogaron con las Muertes de Perro de Francisco Ayala. Viejos marxistas como José Bergamín y Emilio Prados, no olvidaron en sus macutos un ejemplar de la Biblia, como contaba José Luis Cano, en su exilio interior, compartido con su maestro Vicente Aleixandre que recordaba en su poema «La plaza» la esperanza tricolor de un 14 de abril y acogía en su casa el amor lésbico de Carmen Conde y la energía lírica de un joven poeta pastor, llamado Miguel Hernández, a quien el dramaturgo Antonio Buero Vallejo retrató para siempre en una cárcel de Madrid, después de que fuera detenido fatalmente cuando huía a Portugal. Muchos de los silenciados por la dictadura también se asoman al patio: Dámaso Alonso, quien describió a Madrid como una ciudad de un millón de cadáveres. A otros, les amordazó la muerte a manos enemigas, como Miguel de Unamuno pocos días después de que dicen que dijo a la plana mayor del franquismo: «Venceréis, pero no convenceréis». O el brigadista cubano Pablo de la Torriente Brau, el amigo de Pablo Neruda y Delia del Carril. Y, por supuesto, Federico.
A todos ellos, aquí y ahora, retrata Andrés Vázquez de Sola, que también fue peregrino y también fue silenciado. En sus pinceles, habitaba esa misma canción.
Juan José Téllez
Fecha del documento
2025
Temáticas
Segunda República Española
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